Dedicado a Adrián Fernández, un hombre que comprende de verdad las historias de piratas…
El Don
Aunque no lo crean el hombre del que hablamos nació en 1902, el año en el que el Mont Pelée destruyó la ciudad de Saint-Pierre, la ciudad que vio crecer a un mestizo casi alvino, fraguado en la misma grandiosidad del volcán asesino de las Pequeñas Antillas. Sau creció y vivió en la Martinica, hasta que mató a su primer hombre, a los diez años. Un vendedor de pomelos. Entonces empezó un periplo de pillaje, atropellos y barbaridades que le condujo en los primeros tumbos desde La Trinité hasta Port Au Prince, y después Santiago de Cuba, Santo Domingo, San Juan. En El Callao, el puerto mágico de Perú, conoció a Cárdenas Cipriano, el más mágico de cuantos capitanes han bebido Pisco chalaco.
Después de amotinar a su tripulación y robarle su barco, cortarle las manos y los pies y arrojarle al mar, Sau pasó de ser el joven y malvado Sau, a ser el famoso y temido Sau, Sau el loco, Sau el salvaje.
En Cartagena obligó a la mujer de un gobernador a amamantar a un cachorro de jaguar, y en Santa Catalina mató a un ejército entero con solo un barril de pólvora.
A lo largo de toda su vida cercenó, violó y acuchilló hasta llamar la atención del mismo Lucifer, que acudió a un Sau aburrido y octogenario para que le ayudara a cazar a cinco demonios que se habían escapado del infierno, y se habían escondido en las aguas del caribe. El ansia asesina y cazadora de Sau le mantuvo vivo, lo crean o no, otros veinte años más, que fue el tiempo que tardó el pirata en dar caza y muerte a los mismísimos cinco demonios escupidos del infierno. Agotado, maltrecho y hastiado de tanta carne y tanta sangre, Sau se retiró a morir a un pueblecito mejicano perdido en la Sierra Madre Oriental, lejos del mar. Pero Lucifer, en agradecimiento a sus servicios le concedió el don de vivir eternamente, y nunca alejarse de su adorado caribe. Es así como Sau mora todavía estas aguas. Tan seguro como que estamos vivos, que él lo está también, condenado a matar sin fin, a violar sin fin. Viejo y decrépito, y sin poder ahogar en lo hondo del mar toda la sangre derramada, todos los gritos estrangulados. Se los juro a ustedes, tan seguro es que esta historia es cierta, tan seguro, como que la bandera de ese barco que se nos echa encima ahorita mismo no es sino la bandera de Sau, Sau el viejo, señores, Sau el condenado, Sau el pirata.
tu si que tienes un don, joio. como sabes tanto de tantas cosas?
Te cojo prestado al personaje, (inconscientemente, por supuesto) aunque habrá que ver si un pirata tan pirata tiene cabida en mi tebeo de piratas pa críos… jaja
Abrazo, y no pares de escribir!